Ciudad de Dios retrata a la mayoría de las sociedades latinoamericanas que, con sus diferencias económicas y culturales, han creado reductos de niños y jóvenes marginales, inmersos, muchos de ellos, en la drogadicción y la delincuencia. La pobreza les niega la posibilidad de espacios de participación en los procesos de socialización para alcanzar una integración plena a la vida adulta. En la película se puede apreciar lo que vemos cotidianamente en nuestras barriadas, medios de comunicación y escuelas: niños y jóvenes privados de las bondades que ofrece el progreso de nuestros países.
La brecha que se produce entre las expectativas sociales que tienen los jóvenes y niños de los sectores populares y los logros que alcanzan una vez que finalizan su período escolar, genera desequilibrios en sus comportamientos, lo que se traduce en el fracaso escolar, en el desempleo, en conductas de riesgo para ellos y para otros, en su explícito desinterés por la vida y en su nula participación política y social. Algunos de estos desequilibrios son: menos acceso al empleo, a pesar del avance en la cobertura educacional de la región; aunque tienen más expectativas de autonomía, son menos las opciones que el sistema les entrega para llevarlas a cabo; el consumo aparece simbólicamente como una salida, sin embargo, tienen restringido el consumo material; por último, para ellos vivir el presente se vuelve un fracaso cuando se compara éste con el discurso de futuro que las sociedades crean para los jóvenes: “juventud, divino, tesoro”, “la juventud es el futuro de la patria” y “el que quiere puede”.
A fines de la década de los ’60, Buscapé tiene 11 años y vive en Ciudad de Dios, un barrio marginal de de Río de Janeiro, en Brasil. Desde una visión más infantil, se relaciona pasivamente con los niños más crecidos de su barrio. Buscapé no se vincula directamente a los asaltos al camión repartidor de gas, a los enfrentamientos con la policía que viven sus compañeros de favela. A diferencia de los otros niños de su barrio tiene claro que es lo que quiere ser “cuando grande”, anhelo que podrá cumplir si logra sobrevivir al régimen de violencia que vive su barrio: El niño quiere dedicarse a la fotografía.
La ingenuidad de Buscapé contrasta con la viveza de Dadito, un niño de su misma edad quien, al igual que Buscapé, tiene muy claro que “quiere ser cuando grande”: el criminal más peligroso de Río de Janeiro, idea que le da forma desde que empieza a trabajar como mensajero de los jóvenes delincuentes del barrio. Admira a Velludo, líder de una pandilla que se dedica a hacer pequeños robos armados. Gracias a la simpatía que le tiene Velludo, Dadito comete su primer asalto, hecho que marcó el carácter sanguinario de sus siguientes acciones.
Son dos maneras de vivir la infancia, ambas condicionadas por la situación de pobreza y marginalidad, ambas excluidas del progreso de nuestros países, ambas historias verificables en la cotidianeidad de los barrios que habitan los estudiantes de los sectores populares latinoamericanos. Ambas presentadas como evasión a los problemas de exclusión que enfrentan los niños nacidos en familias de clase baja.
Los años ‘70 llegaron con pequeños cambios en sus vidas: Buscapé continúa estudiando y trabaja en un supermercado. A pesar de su ejemplar vida, tiene la tentación de lograr cosas materiales delinquiendo. Dadito ha vivido la vida más rápida y con más decisión: con su pequeña pandilla descubre que el tráfico de cocaína es muchísimo más rentable que el robo a camiones de gas que cometía la pandilla que lo antecedía. Con olfato de empresario, reorganiza su negocio para estar acorde a los “nuevos tiempos”.
Un estudiante y un desertor escolar, dos maneras de vivir la exclusión: Uno, intentando mantenerse en la escuela con la esperanza de que su esfuerzo sea reconocido, el otro al margen de la institucionalidad, desconociendo el aporte que puede recibir de ella.
Tuvo que llegar la siguiente década para que Buscapé, quien sin éxito intentó realizar algunos asaltos, consiguiera una cámara fotográfica gracias a Dadito y se dedicara, como aficionado, a retratar personas y situaciones. Se podría decir que Buscapé estaba cumpliendo su sueño. Por su parte, Dadito, ahora conocido como Zé Pequeño, también ha hecho realidad su sueño: se ha transformado en el narcotraficante más temido y respetado de Río de Janeiro.
En la materialización de sus respectivos sueños el joven delincuente ha avanzado más que Buscapé. Zé Pequeño, rodeado de la mayoría de sus amigos de infancia, ha logrado que su palabra sea obedecida por un ejército de jóvenes y niños que lo siguen con temor y admiración.
Logros que ponen en tensión la fortaleza ética y moral de los jóvenes, ya que si la escuela no es capaz de dar bienestar y progreso a los estudiantes, entonces, ¿para qué estudiar? Buscapé responde desde sus emociones, desde su instinto, desde su incapacidad de provocarle daño al otro: su decisión de no delinquir no es triunfo de la escuela.
Una acción y un personaje son necesarios para que cambien las cosas en la historia relatada: El amor y un ataque sexual alteró la tranquilidad y el poder de la pandilla de Zé Pequeño. Un cobrador de autobús, que fue testigo de la violación de su novia, decide vengarse; entra en escena Manuel, el Mujeriego. Como gasolina, la noticia se esparce por toda Ciudad de Dios, dando paso a la temida guerra de pandillas que Buscapé relata en la película.